[ES] Exposición La senda de La Razón Poética en la Galería La Nueva (Madrid), Galería La Carbonería.

Del 12 de abril al 8 de mayo de 2023

 

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La ideóloga María Zambrano (Málaga, 1904 – Madrid, 1991) concluyó en su teoría que «Filosófico es el preguntar, y poético el hallazgo», cita que nos sirve como punto de partida para comprender el camino que ofrece esta muestra frente a nuestros sentidos. Y, es que las experiencias vividas por la filósofa malagueña —entre ellas la guerra, el exilio o la dictadura—, dieron lugar a concebir la relación entre la filosofía y la poesía de manera distinta a como se venía haciendo en el pasado. La pugna entre estas dos había posicionado a esta segunda como una ficción, un engaño o una apariencia, respecto a la esencia. A esta consideración, Zambrano dio alas a La Razón Poética, aporte teórico que conduce hacia un estilo filosófico que vinculaba la filosofía y la poesía, donde la primera de ellas dialogara con otros saberes como son la literatura, la poesía o el arte. Si la filosofía es praxis, es decir, acción transformadora y, la poiesis es creación, entonces, la razón poética podría definirse como la razón creadora atenta a la experiencia; los sentimientos experimentados son capaces de generar impactos vitales procurando un nuevo nacimiento. De su reflexión brotaba un deseo de transformación, una razón mediadora entre la filosofía (representativa del mundo del pensamiento) y la poesía (metáfora del mundo de los sentimientos, la vida) siendo su objetivo este diálogo entre pensamiento y vida, ya que el primero en muchas ocasiones por su carácter abstracto se aleja de la segunda y ésta desatendida se convierte en inaccesible para el pensamiento. A todo ello, Zambrano incluía un elemento religioso la pietas interpretada en este caso como la inclusión de la alteridad, teniendo en cuenta lo olvidado por la filosofía tradicional, aquello que Occidente había dejado a los márgenes, lo diferente.

 

Asimismo, esta teoría nos permite transitar por la obra de estas cuatro artistas en las que su acercamiento al arte no ha sido analítico, sino poético, la experiencia. De esta manera, cada una de ellas aporta mediante sus trabajos una realidad muy ligada a este apotegma: desde las profundidades de la mística del entorno con Carla Nicolás, a las raíces y sus entresijos con Cristina Ramírez, la memoria y la otredad de Elián Stolarsky o la transformación de Alba Lorente.

 

 La senda de esta reflexión podría comenzar en la naturaleza, en el bosque, un entorno que hemos ido des-conociendo en los últimos tiempos frente a la relación que con este medio se tenía antaño. Sobre esta situación, artistas como Carla Nicolás (Zaragoza, 1981) penetran en el mundo rural y, en las tradiciones que en este ecosistema se han generado a lo largo de los siglos, para ofrecernos lo aprehendido de él. La autora realiza un viaje hacia la memoria experimental, la alquimia, el origen de la química y, disciplina filosófica. Esta práctica protocientífica ofreció métodos y resultados en el pasado, sin embargo, los avances industriales procuraron su desuso. Con el objetivo de preservar los conocimientos de nuestros ancestros y, enfatizar el papel de la mujer y trabajos desarrollados por las mismas en estos contextos, Carla Nicolás parte de la bugalla: la agalla de roble ha sido tenida en cuenta para la elaboración de tinta ferrogálica por sus cualidades indelebles, un tanino presente en las agallas vegetales consecuencia de una infección de origen animal o bacteriano, hongos o virus en la planta. Así pues, los trabajos de la artista se impregnan de este tinte u otras técnicas gráficas, con la intención de depositar en ellos la sabiduría del qué y el cómo fue. Además, sus obras se nutren de fuentes de archivo, de análisis paleográficos que traslada a la esfera contemporánea mediante la escritura –a modo de texto en braille –con herramientas de metal, con el fin de generar una nueva conciencia. En la alquimia, nunca se pretendió separar los aspectos físicos de las interpretaciones metafísicas, de la misma manera, la zaragozana parte de los elementos que la rodean, la naturaleza, para invitar a descubrir su mística.

 

Por otra parte, Cristina Ramírez (Toledo, 1981) quien desarrolla su trabajo en el campo del dibujo y la escultura, nos sumerge en lo inquietante de estos valles. Sus paisajes conectan los entornos reales con los enredos que se producen en el subconsciente: aparentes caminos, raíces y seres que se entremezclan con la duda y los miedos. Su obra abre interrogantes sobre la certeza de estos sujetos, dado que en ocasiones mutan, se deforman y se pervierten, dando lugar a fuerzas desconocidas de otro orden. En su obra, el detalle de cada uno de los elementos hace que pongamos la atención en ellos y, nos sumamos en su energía, con giros que provocan saltos entre uno y otro, entrando en un bucle como en un sueño, donde aparecen numerosos puntos de fuga. El objetivo de la toledana es agotar la mirada del espectador, de la misma manera que ocurre en los mundos oníricos cuando se deambula de un lado a otro.

 

Además de implicar la mirada, Cristina Ramírez busca involucrar al público mediante sus texturas, jugando con materiales tales como la arcilla, la resina de poliuretano o la queratina. Este último, adquiere gran sentido dado que se trata del mismo componente que encontramos en las capas que revisten las superficies de los cuerpos: pelos, plumas, escamas, pezuñas o uñas. Sus piezas irrumpen, punzan, rasgan, arañan, se incrustan en el muro o salen de él. Sean de una forma u otra, se abren paso a lo desconocido, traspasan los límites, desvelan pistas, dejan huellas, proponen metáforas y ofrecen nuevas narraciones.  La imposibilidad de un lenguaje oral para explicar ‘lo otro’, lo que no vemos, lo que sucede en el mundo intangible, lo onírico, místico toma forma física.

Este aspecto, ‘lo otro’ es un asunto que interesa a Elián Stolarsky (Montevideo, 1990) pero desde un punto de vista distinto: como la condición de ser ‘otro’. La mirada al ‘diferente’, el romper con el discurso tradicional occidental, era una de las vías que Zambrano proponía en su método; pues no se puede responder en términos de una realidad homogénea y única. Asimismo, la otredad es un hecho en las memorias de la autora, que empatiza con la ideóloga malagueña en sucesos como la guerra, el exilio o la migración. Por ello, aunque Elián Stolarsky habla de historias individuales, sus trabajos conectan la memoria colectiva y subrayan determinados sucesos para otorgarles el peso que les corresponde, con el fin de transformarlos en un poder para la reflexión y el cambio. Así pues, las obras de la uruguaya pretenden poner de manifiesto la importancia de la herencia de la memoria y la necesidad de su paso de generación en generación para otorgar protagonismo y dar voz a quienes no lo han tenido. Para ello, hace uso de fotografías heredadas y del siglo XX que le sirven para construir paisajes abstractos: por un lado, mediante la unión de fragmentos de tela con hilos que conectan, que reconstruyen vidas deshilachadas. De algunas de estas composiciones penden hebras, como si fueran caminos perdidos, cortados o desechados. Todo bajo una gama cromática colores, ocres, anaranjados, verdes, amarillos, grisáceos, en definitiva, tonos neutros que permiten asociar esas tierras a las experiencias personales de cada espectador. Por otro, sus dibujos en papel o metacrilato continúan este asunto, pero en este caso, las historias se representan mediante huellas oscuras que bien contienen recuerdos –éstas se manifiestan de la misma manera que las imágenes que retenemos en nuestra memoria, como sombras, o como vacíos, como individuos olvidados. El trazo (rayado) y las texturas hablan de las heridas, del dolor, con el objetivo de sanarlo, de darles voz, un grito que debe ser escuchado. Así pues, se configura una nueva percepción de lo ocurrido comprometiéndonos en la pervivencia y protección de otros relatos.

 

Por último, Alba Lorente (Zaragoza, 1994) propone destruir para construir una nueva poética. Su proceso consiste en ocultar lo fijado para componer nuevas narraciones. La artista zaragozana recopila los cuadernos de personas relacionadas con el mundo del arte en los que están reflejadas las ideas, reflexiones y pensamientos más personales de cada uno de estos individuos. Alba Lorente se ocupa de vetar esa información y transmutar su historia. Podríamos decir que ‘el arte como herramienta social’ es una declaración que cada vez toma más peso en la sociedad y, para ello, es fundamental su proyección pública. Sin embargo, como es sabido en el transcurrir de la historia no ha sido así, el acceso a determinados ámbitos ha estado relegado a unos sectores muy concretos ¿y hoy en día? Todavía hay quienes guardan con recelo y se niegan a revelar o compartir. De esta manera, los trabajos de la autora nos aproximan a un cuaderno privado, pero a su vez éste está velado con tinta. El resultado es una metamorfosis escultórica que preserva la intimidad y al mismo tiempo nos habla de ella. Rompe, rasga y deshace imaginando la textura de la piel, sus cicatrices, sus arrugas, sus vivencias. Pliega, superpone y modela las hojas, de igual manera que un cerebro formado por circunvoluciones y surcos oculta nuestros pensamientos y se mantiene oculto y muy desconocido, a pesar de los avances de la ciencia. Finalmente, su apariencia es pesada otorgando importancia a esas ideas que no vemos, a esos silencios capaces de crear.

 

Bajo la mirada atenta de estas cuatro artistas, la senda se plantea como un itinerario transformador, donde la vuelta al origen es el fundamento y La Razón Poética el método para engendrar una nueva vía. María Zambrano expresó en Algunos lugares de la pintura (1971): «Se descubre en el arte […] el anhelo elevado a empeño de reencontrar la huella de una forma perdida no ya de saber solamente, sino de existencia; de reencontrarla y descifrarla».  

Dra. Alejandra Rodríguez Cunchillos

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